Mis experiencias

En la senda del descubrimiento

Como alumna, en el principio

Todo ocurrió casi sin darme cuenta, pero fue lo mejor que pudo sucederme. Andaba deprimida, con vacío en mi interior, sin motivación ni vitalidad, y con la última sonrisa olvidada en mi corazón. El primer fin de semana que me embarqué en un retiro de tai chi chi kung -no conocía este arte y disciplina ni tenía interés en conocerlo- era un manojo de nervios encogido. Fui literalmente arrastrada por una persona muy especial que intuyó que aquello podría ayudarme, y sin querer, sin esperar, allí me vi, con mi pesada carga y mis ojos nublados. A lo largo de esos dos días que resultaron ser mágicos, experimenté el principio de la apertura de mi corazón. Aquellos movimientos suaves y tremendamente efectivos estiraron mi cuerpo poco a poco entre liberadores crujidos que hablaban de entumecimiento, esa respiración profunda desbloqueó mis pulmones ateridos muy, muy lentamente... y sobre todo, la dulzura y el saber de la que fue mi maestra, contribuyeron plenamente al comienzo de mi nueva andadura. Jamás olvidaré ese fin de semana en el que mi vida comenzó a cambiar, hasta el punto que desde entonces -y va para catorce años-, me dedico a dar clases, hacer retiros y talleres que dan sentido a mi vida.

Y es que tai chi chi kung no es solamente el ejercicio, el movimiento. Es algo mucho más profundo, integral, que habla de filosofía de vida y aprendizaje continuo. No es el milagro que te convierte en un ser maravilloso ni la panacea que cura todas las enfermedades, pero es un camino que te lleva hacia el conocimiento de ti mismo, un camino que nunca termina, porque como dicen los que saben, no hay meta a la que llegar.

La puerta se abre, y eres tú el que la atraviesa, el que decide  tomar las riendas de tu vida. Unas horas de un taller bastan para darte cuenta de muchas cosas que hay en tu interior que has de transformar o rescatar para iluminar tu día a día, pero depende de ti si quieres cultivarlas o dejarlas aparcadas en un oscuro sótano. No hay atajos para el cambio, todo requiere paciencia e ir paso a paso.

Como profesora, en los retiros

Las sensaciones que llego a experimentar son tan profundas que se me antojan difíciles de explicar, pero allá voy.

Sigo abriendo mi corazón, a veces creo que podría aperturarse hasta el infinito porque cada vez suceden cosas diferentes que me hacen ahondar un poco más en los demás, y por ello, en mí misma. Es inagotable el manantial, es apasionante la aventura de interactuar con otros desde lo profundo. La mejor sensación que he experimentado es la de mostrarme ante un puñado de personas sin barreras ni corazas, -o al menos eso intento-, y tratar de integrar y positivizar todo el torrente de emociones que me embargan. Y lo mejor es cuando compruebo, maravillada, que mi historia como alumna se repite entre muchas personas que acuden, cada cual con su motivación, a esos retiros. Observo la magia de la sonrisa, el abrazo y la mirada, la magia del movimiento, la respiración y la risa. Porque cuando uno está feliz, ríe, y nosotros lo hacemos mucho. Y entonces me doy cuenta, al terminar los dos días intensos, que la que más aprende, soy yo.

Mi agradecimiento siempre para todos los que ha pasado una, diez o veinte veces, por esos fines de semana de crecimiento, serenidad y amor. Ellos son los que hacen posible el descubrimiento de la paz interior en mí.